martes, 28 de febrero de 2012

¿Son fundamentales las ranas?


El castillo de la carta cifrada
Javier Tomeo
Anagrama, 1989

Javier Tomeo
Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932), uno de los inclasificables de la literatura española. Un outsider, un tipo ajeno a las modas literarias, a las corrientes de sus compañeros de generación. Popular en el extranjero, poco conocido entre nosotros. Fanático de los animales, que pueblan sus libros de manera reincidente. Ha escrito cerca de cincuenta obras que flirtean con el surrealismo, y el reconocimiento que ha obtenido se debe agradecer a las adaptaciones teatrales de sus obras. 


El castillo de la carta cifrada supone una de sus obras más conocidas, tal vez por la potencia que el texto consigue transmitir en poco más de cien páginas, además de por su curiosa estructura y contenido. La novela es, esencialmente, un largo y descabellado monólogo del Marqués dirigido a Bautista, su sirviente de confianza.


Stanislo Lepri, La torre
En dicho parlamento el Marqués, de maneras algo deciminónicas aunque situado claramente en la segunda mitad del siglo XX –lo que evidencia su desapego por la realidad y actualidad-, le confía a Bautista una misión de gran importancia. Llevar una carta al Conde de X, don Demetrio del Costillar. La carta supone para el Marqués su intento de volver a ‘conectar’ de algún modo con la realidad después de años del más absoluto confinamiento y reclusión en su castillo. Pero la carta tiene una peculiaridad, está cifrada. Contiene errores gramaticales, no tiene espacios entre palabras, está redactada con una letra diminuta y, lo poco que puede resultar inteligible, son ideas descabelladas –“¿son fundamentales las ranas?”-.

"Las modas pasan, amigo mío, pero lo fundamental permanece, y me parece recordar, mire usted por dónde, que ése es el tema que planteo en la segunda mitad de mi carta. ¿Son fundamentales las ranas, querido conde? Supongamos ahora que, a pesar de mis precauciones, don Demetrio consigue descifrar las siete palabras que componen esa pregunta. Siete palabras microscópicas y escritas sin solución de continuidad, no lo olvide, con el aditamento de los palitos de las enes y las emes, es decir, supongamos que el Sr. conde consigue leer: ¿Son fundamentaleslasramasqueridoconde?, todo junto con un palo de más. Ah, es para mondarse de risa. El palito de más de la ene de ranas, como puede ver, cambia completamente el sentido de la pregunta. ¡Pardiez!, exclamará don Demetrio, enarcando las cejas ¿Qué es lo que me pregunta aquí ese marqués sibilino y conspirador al que creía muerto hace años?¿Regresa de la tumba para atormentarme con una cuestión tan baladí como la de saber si las ramas son fundamentales, o no?"

El libro está formado, en esencia, por los consejos y disgresiones que el Marqués dedica a Bautista en su misión de entregar la carta. Durante su parlamento, el Marqués previene al sirviente de las más diversas y excéntricas reacciones que el Conde de X puede tener ante tan ofensiva carta. De Bautista no leemos ni una sola palabra, apenas conocemos sus reacciones por las interlocuciones de su señor.
El tono jocoso de la narración no esconde la tristeza endémica del discurso del Marqués, característica troncal, por otro lado, de Tomeo. Por este recurso del absurdo y del sentido del humor, El castillo de la carta cifrada es un buen exponente de la obra del autor, pero no solo por ello. En las presentes páginas encontramos referencias a multitud de animales, símbolos y figuras recurrentes en la trayectoria del autor aragonés.
Se trata, en conclusión, de una obra que reflexiona acerca de la imposibilidad de comunicarse, de cómo a menudo transmitimos mensajes crípticos, de imposible decodificación, tan solo para ahorrarnos el bochornoso hallazgo que el Marqués ya intuye: que lo más natural, lo más humano, es encontrar el silencio por respuesta.



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